Estaba triste. Demasiado triste para nada. Sentía mi cuerpo inmóvil, inerte encima de aquella silla.
De pronto, un nudo se formó en mi garganta y decidió no moverse de allí, ahogándome poco a poco sin ninguna compasión. Necesitaba respirar, pero el aire cada vez resultaba más escaso y a duras penas perceptible en mis pulmones.
Deseaba gritar, romper el universo con un aullido, desgarrarme las vestiduras y sofocar mi dolor, el dolor que sentía en lo más profundo de mi alma…, pero allí estaba, sentada en aquella silla, sin poder mover un solo músculo de li lacerado cuerpo.
No cabía en mí. No podía creer que nunca más volvería a escuchar su dulce voz. Nunca más volvería a recordar aquel olor a jabón lejía, ni su mirada de enfado ante cualquier rebeldía.
¿Quién me aconsejaría ahora? ¿Quién pasaría largas noches sin dormir a mi lado? ¿Quién se preocuparía por mí!…
Al fin y, como un atisbo de esperanza; mi garganta soltó un alarido: ¡Qué voy a hacer sin ti ahora!